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POLVO INTERPLANETARIO EN EL GENESIS
Luz zodiacal
Los astrónomos han detectado polvo interplanetario remanente y nuevo
-producto de la llegada de polvo interestelar y de los cometas-, en nuestro
sistema solar. Se le llama polvo zodiacal y genera una luminiscencia que puede
verse en el plano de los planetas, o sea, el plano de la eclíptica, allí donde
estuvo -en el principio- el disco de acreción.
También se han descubierto varios sistemas solares en formación en los que se
puede apreciar el polvo protoplanetario existente entre los planetas que se
están consolidando y la estrella central.
Luego de 4.000 millones de años de vida del Sol y de su viento solar, aún
continúa flotando polvo en el espacio interplanetario. El polvo remanente de la
nebulosa original al que se suman permanentemente lo que sueltan los cometas y
el que llega del espacio interestelar, o sea, el polvo que está más allá del
sistema solar y que arriba a nuestro sistema gracias a las corrientes de vientos
de las estrellas, novas, ondas gravitacionales y toda la dinámica de la galaxia.
Es claro que el viento solar no es suficiente para limpiar el espacio interplanetario. Al parecer existe un cierto equilibrio entre la fuerza de atracción del Sol y el viento solar, además de que también el polvo ha de describir órbitas e interactuar con los planetas.
Este polvo cae a la tierra en forma de micrometeoritos que por su tamaño llegan a la superficie terrestre casi sin verse alterados.
Este
polvo zodiacal es el remanente de aquella "tormenta de arena" que impedía al
observador del génesis ver el sol y por lo tanto comprender que esa era la
fuente de la luz que él percibía.
También una prueba de la imposibilidad de ver -desde la Tierra- el momento en
que la estrella, el Sol, se encendió por primera vez.
DISCO DE ACRECIÓN DE BETA PICTORIS
En
1983, el satélite multinacional IRAS (Infrared Astronomical Satellite) descubrió
que algunas estrellas cercanas emitían más luz infrarroja de lo normal.
Enseguida, comenzaron las especulaciones, y casi todas ellas apuntaban en la
misma dirección: ese exceso de radiación infrarroja podía explicarse mediante la
existencia de enormes (y calientes) anillos de materia alrededor de las
estrellas. Al año siguiente, astrónomos del Observatorio de Las Campanas, al
norte de Chile, revelaron algo mucho más concreto: una de las estrellas en
cuestión, llamada Beta Pictoris, tenía a su alrededor un colosal disco de
materia, de 30 veces el diámetro del Sistema Solar. Era muy plano, y parecía
tener un hueco en el medio. Y si bien no se detectaron planetas en su interior,
casi todos los astrónomos interpretaron que lo que se veía alrededor de Beta
Pictoris, era el embrión de un sistema planetario. Nada menos. Y que el hueco
central era un área donde, probablemente, se estaban formando planetas, que
crecían a medida que incorporaban todo ese desparramo de escombros cósmicos. El
emblemático caso de Beta Pictoris fue seguido por muchísimos otros hasta
nuestros días, incluyendo los “discos protoplanetarios” observados por el
Telescopio Espacial Hubble en las entrañas de la famosa Nebulosa de Orión. Todas
esas observaciones directas, sumadas a nuevos modelos astrofísicos, y
simulaciones por computadora, permitieron entender cómo nacen los sistemas
planetarios. Y como nació el nuestro…