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El evangelio de MATEO y el ser viviente con rostro de hombre
El evangelio de MATEO y el ser viviente con rostro de hombre
El evangelio de Mateo se mueve en relación a la humanidad del Verbo.
Los cinco sermones (Mt 5-7; 10; 13; 18; 23-25), con sus correspondientes partes
narrativas que les sirven de encuadre pueden entenderse, a la luz de Mt 5, 1
(subida a la montaña) y de 5, 21-48 (antítesis) como una nueva versión de la ley
del Pentateuco. Así aparece Jesús como el Moisés verdadero, que descubre la
voluntad de Dios y la expresa para siempre: no ha venido a destruir la ley sino
a cumplirla y culminarla de una forma radical (cf. 5, 17-20). Más aún, siendo
auténtico Moisés, Jesús se muestra en las antítesis más alto que Moisés: como
revelación y presencia de Dios que dice su palabra decisiva de gratuidad y
perdón sobre la tierra, sobre la gente, sobre el humano.
En el centro de sermones y relatos, Mt conserva la figura del Jesús de Mc, como
Hijo de Dios que entrega su vida por los humanos, cumpliendo y superando con su
vida-mensaje la Ley del judaísmo.
Mt destaca el valor mesiánico de la no- violencia activa (cf. Mt 5, 21-26.38-48:
al principio y fin de las antítesis) y la exigencia de superación del juicio (7,
1-6). El judaísmo normal concebía la Ley, como expresión de un Dios que sanciona
y controla desde arriba a los humanos. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha
revelado la verdad de Dios como gracia, regalo fundante de la vida, la gratuidad
para esa humanidad encarnada. De esta forma expresa Mt algo que está al fondo de
Mc, pero que sólo llega a explicitarse plenamente en su nuevo evangelio: el
poder supremo de la gratuidad entendida como revelación de Dios. Así expande la
trama narrativa de Mc, incluyendo en ella sus discursos, pero no para negarla o
destruirla, sino para destacar la fuerza de la gracia.
Aquí está quizás punto de partida de la cristología de Mt, elaborada sobre el
telar de Mc. Mt vuelve a confirmar la validez de la ley judía (5, 17-20),
comenzando por cerrar la misión cristiana en los límites del pueblo israelita
(10, 5-15) y ratificando una serie de normas o costumbres judías que parecían
superadas de raíz por Mc pero que tienen que ver con la vida en la tierra, temas
claramente terrenales: el tributo al templo (17, 24-27), las discusiones
minuciosas sobre el diezmo y los diversos juramentos (23, 13-21) etc.
Mt sitúa a Jesús en el trasfondo de la tradición judía, para así destacar su
novedad, acentuando su conflicto interno con la herencia israelita. Por eso nos
ha llevado al lugar de las contradicciones y luchas internas, retomando la ley,
para superarla desde dentro, en virtud de la misma novedad que ella recibe en
Cristo. Desde aquí se entienden sus tres títulos o signos cristológicos
fundamentales:
Sabiduría mesiánica. Mt ha desplegado la figura de Jesús desde el trasfondo de
una ley que, -conforme a la misma tradición israelita-, se encuentra vinculada a
la Sabiduría de Dios. Así muestra a Jesús como mensajero, cuasi-encarnación de
la sabiduría (cf. 11, 19), invitando a sus amigos y diciendo: “venid a mí, todos
los que estáis cansados y cargados y yo os aliviaré”, un aliviar de los
cansancios de la vida encarnada, terrenal y humana (11, 28). Jesús encarna en
cierta medida a la sabiduría, esposa-amiga de los humanos (cf. Prov 2-9). Ahora
llama Jesús, ofreciendo a todos un descanso que se funda en la revelación de
Dios y el conocimiento que ese Dios Padre ofrece a los pequeños y sencillos de
la tierra (11, 25-30). El mismo Jesús pascual, Sabiduría de Dios dirige el curso
de la historia: él mismo (ella misma) ha enviado a los profetas, sabios y
escribas que han sido asesinados, en drama de violencia humana y terrenal que
culmina en la muerte de Cristo, para convertirse en camino de la gracia (23,
29-36). De esa forma realiza el juicio de la sabiduría, revelándose el Cristo
salvador para los humanos.
Señor/Hijo que recibe todo poder en el cielo y en la tierra (28, 16-20). Este
mismo Jesús-Sabiduría viene a presentarse al final del evangelio como Hijo-Señor
en quien Dios se revela plenamente (aunque Mt no le presente nunca como
Kyrios-Señor en sentido confesional). Mc en la perspectiva de pueblo hebreo como
luz de las naciones había querido dejar el evangelio abierto, como invitación a
la unidad de los diversos grupos eclesiales en una misma pascua, vivida en
Galilea (Mc 16, 1-8). Mt por otra parte ha construido un final nuevo, suponiendo
que mujeres y discípulos han ido a la montaña pascual (no geográfica) de
Galilea, descubriendo allí a Jesús y recibiendo su encargo misionero, una misión
en el mundo, en la tierra.
Al final del evangelio (Mt 28, 16-20), Dios se revela a los discípulos a través
de Jesús como auténtico Yahvé (¡yo estoy con vosotros!) en el nuevo y verdadero
Sinaí pascual como aquel que "ha recibido todo poder en cielo y tierra", es
decir, como Señor de la historia, de la historia de la Salvación, de esa
historia humana. Por eso puede enviar a sus discípulos a todas las naciones (no
sólo a Israel, como en el tiempo anterior: 10, 5-14), con la tarea de expandir
de una manera universal su discipulado, ofreciendo a todos los humanos el
misterio (bautismo) del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús aparece así
integrado en la tríada divina, como Hijo del Padre y portador del Espíritu.
Mateo y el Emmanuel, Dios con nosotros, Dios con nosotros humanos. El mismo
Señor/Hijo de 28, 16-20 aparece como Emmanuel, Dios con nosotros (cf. 1, 23),
pues promete a sus discípulos que "estará con ellos todos los días hasta la
consumación del mundo" (28, 20). Así viene a confirmarlo al final del discurso
escatológico (cf. Mt 25, 31-46), que abre un futuro extra-diegético (fuera de la
historia), trazando la meta de la historia más allá de la historia: allí aparece
Jesús como aquel que ha estado presente en los pobres del mundo y como juez
(Hijo del humano) que discierne y culmina el camino de la historia. Se queda con
la gente, con los que viven en la tierra.
Jesús mostrará de esta manera su más hondo secreto: ha sido presencia del Dios
sufriente (ha padecido) en los hambrientos-sedientos, exiliados-desnudos,
enfermos-encarcelados de la tierra. Por eso dice a los juzgados "cada vez que lo
hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis". Un
mensaje de ocuparse del otro que está en esta vida compartiendo la vida con uno,
la mirada del hombre que cuida a otro hombre, el humano que no olvida su
humanidad.
Así culmina la cristología de Mt, ratificando el camino de entrega de Jesús y su
mensaje de gratuidad y perdón a los necesitados: el mismo Jesús aparece
padeciendo en ellos, en camino que lleva a la victoria final de los justos, es
decir, de aquellos que han servido a los necesitados.
Desde esos dos finales, de presencia misionera (Mt 28, 16-20) y esperanza
escatológica (25, 31-46), que expresan los dos rasgos de la cristología pascual
que venimos analizando (exaltación actual, venida futura), podemos volver al
principio de Mt, descubriendo allí también a Jesús como Emmanuel, Dios con
nosotros (Mt 1-2). Ciertamente, Jesús ha nacido terrenalmente, humanamente, de
la promesa israelita (cf. 1, 1-17), culminando la genealogía nacional (hijo de
David), en línea de apertura universal (hijo de Abrahám). Pero su venida
transciende ese nivel, pues ha nacido en virtud del Espíritu divino, por medio
de María, desbordando el esquema patriarcalista de Israel, para que se cumpla
así la profecía:... y le llamarán Emmanuel, es decir, Dios con nosotros (1, 23).
Dios con nosotros. Este es el título y tarea cristológica suprema de Jesús según
Mateo: es el mismo Dios en persona, Dios en forma humana acompañando a los
humanos –“con nosotros”-, pacto para siempre realizado, en gratuidad de amor y
misión que se abre a todos los pueblos de la tierra. De esa forma, siendo judío,
Jesús supera el judaísmo, desplegando y realizando su vocación de universalidad
mesiánica en la humanidad para la humanidad.
Las cuatro mujeres en la genealogía, Mt 1, 2-17. La genealogía de Jesús no es
"limpia" en el sentido legalista, sino que incluye cuatro mujeres irregulares
(1, 3-6: Tamar, Rahab, Rut, y la esposa de Urías), que obligan a superar el
principio de pureza nacional judía y lo hacen más humano. Por medio de ellas,
Jesús se ha insertado en el ancho espacio de la historia universal humana,
pudiendo de esa forma presentarse como Mesías de todas las naciones (de la
plenitud y reconciliación humana). Conforme a una primera visión del texto, el
judaísmo estaría representado por la ley de los varones; el universalismo, en
cambio, por la aportación de estas mujeres, que arraigan a Jesús en el espacio
más extenso de la historia conflictiva y esperanzada de todos los varones y
mujeres de la tierra.
La concepción virginal para el nacimiento terrenal (Mt 1, 18-25). Desde ese
lugar ha de entenderse la figura de María, madre de Jesús, llamado el Cristo (1,
16). El relato de la concepción virginal incluye aspectos de carácter teológico
y antropológico, cristológico y sacral, entre ellos destaca la experiencia del
nacimiento irregular de Jesús, con sus dos elementos centrales: presencia
directa de Dios, que actúa por medio de su Espíritu Santo, introduciendo su
gracia creadora dentro de la historia; universalidad humana, expresada por la
superación de la ley de los varones.
Allí donde parecían reinar los padres de familia (patriarcalismo) emerge la
función más alta de María, la mujer, que es signo de acogida humana, en línea de
gratuidad. Por eso, José (varón israelita) debe "convertirse", superando la ley
de los varones y aceptando la acción y presencia de Dios en María. Ambos
aspectos se encuentran esencialmente vinculados. La intervención del Espíritu
Santo implica la superación del nivel de paternidad humana (israelita,
masculina) de José. Naciendo de María virgen, Jesús desborda el nivel del
patriarcalismo legal en que se mueve la genealogía anterior. Ciertamente, por
medio de José, Jesús ha sido asumido en la familia israelita, pero no por
sangre, sino por obediencia a Dios y decisión creyente.
Los Magos de oriente: Cristo receptor, Cristo misionero (Mt 2, 1-23). Desde esa
perspectiva ha recreado Mt la bella historia de los magos (2, 1-23), que vienen
a Jerusalén diciendo que han visto en oriente la estrella del rey de los judíos.
Conforme a una extensa tradición astrológica-astronómica, el verdadero ser
humano está simbolizado por una estrella: es una nueva luz en el firmamento de
la historia. Por eso, allí donde ha nacido el "rey de los judíos" (Jesús) surge
una luz, se enciende una esperanza de futuro y salvación sobre la tierra. Esa
luz es la que atrae a los "magos", que vienen hacia Jerusalén, iniciando la
marcha de los pueblos hacia el futuro de su plena humanidad.
Como dijimos al hablar del nacimiento de Jesús, este pasaje debe interpretarse
desde el mesianismo universal de Mt 28, 16-20. Los magos preguntan por el Mesías
en Jerusalén, pero no lo encuentran allí (en la ciudad del templo, donde habita
el rey del mundo), sino en Belén, capital donde se inician las promesas. De esa
forma, el mismo comienzo de Mt, con su procesión de pueblos buscando al Mesías,
es anuncio de la culminación pascual del evangelio: una prolepsis de lo que será
la misión final cristiana, interpretada aquí en forma centrípeta (desde el
modelo de la gran peregrinación de pueblos hacia el centro de la tierra, que es
Jerusalén). Desde ese fondo podemos precisar las perspectivas:
* La cristología y misión del relato de los magos asume la tradición israelita:
los pueblos paganos del oriente vienen hacia Jerusalén, para adorar al Rey de
los judíos, que ha nacido en Belén, iniciando un camino de fe universal.
Los poderes sacrales de Jerusalén (2, 4-6: sacerdotes y escribas del pueblo)
saben que el Cristo ha de nacer en Belén, pero no le aceptan, siguen aferrados
al culto y ley nacionalista. El rey Herodes (signo de los poderes políticos)
intenta matar a ese "rey de los judíos", al que buscan los magos.
* Por el contrario, la cristología del envío final (28, 16-20) está fundada en
la experiencia pascual de la iglesia: los discípulos descubren al Cristo
victorioso en la montaña de su resurrección (en Galilea, no en Jerusalén), para
ser enviados desde allí hacia todos los pueblos de la tierra. Los cristianos ya
no esperan que "vengan" los pueblos, como parece haber hecho la iglesia primera
de Jerusalén y la tradición de las comunidades judeo-cristianas, cuya doctrina
ha recogido Mt en su evangelio. Ahora son los discípulos del Cristo los que
deben ir a las naciones todas (y no sólo a las de oriente) a llevar el
evangelio.
Biografía de Jesús humano. Mt ha escrito una cristología biográfica, es decir,
ligada al "bios" o despliegue vital de Jesús, cuya historia no puede
interpretarse en perspectiva de esencia, como si sólo fuera un ser de cuerpo y
alma, como si importara sólo su constitutivo específico de humano. Al contrario
(utilizando el lenguaje formal de Calcedonia[14]), Jesús es hombre verdadero
porque se ha realizado a través de los momentos básicos de una "vida" que consta
de origen (nace), decurso vital o trama (asume y realiza su tarea, en libertad y
apertura a los demás) y meta (muerte y pascua). Es evidente que Mt no ha
desarrollado de manera explícita esa estructura biográfica de Jesús (si se
permite esa palabra).
14 - La definición de Calcedonia, también llamada credo de Calcedonia o
definición calcedoniana, es una declaración de la naturaleza de Cristo, adoptada
en el Concilio de Calcedonia en el año 451 d. C. El concilio fue el cuarto de
los concilios ecuménicos que son aceptados por las iglesias calcedonianas que
incluyen a la Iglesia católica, ortodoxa oriental, luterano, anglicanos y
reformada.
El Concilio de Calcedonia fue convocado para considerar la cuestión cristológica
a la luz de la visión de "una sola naturaleza" de Cristo propuesta por Eutiques,
archimandrita en Constantinopla, que prevaleció en el Concilio de Éfeso II en
449. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiquio, y estableció
el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de
Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
El Concilio ratificó solemnemente por primera vez el Credo de Nicea adoptado en
el año 325 y ese credo modificado por el Primer Concilio de Constantinopla en el
año 381.
Pero su libro se acerca más a una biografía personal que al estudio de la
esencia eterna del Jesús humano.
La misma biografía de Jesús es misionera, es decir, culmina en el envío de los
discípulos pascuales, encargados de que todos los humanos puedan integrarse en
su camino y experiencia mesiánica (28, 16-20). Vinculamos, según eso, el aspecto
biográfico (más personal, entre nacimiento y muerte) y el misionero (apertura
universal) de Jesús. Su misma biografía viene a presentarse de esa forma como
vida para todos los humanos, a través de los discípulos, como palabra de llamada
y principio de comunicación salvadora. De esa forma evocamos, ya desde aquí, el
carácter humano y misionero (histórico, y salvífico) de la cristología de Mt.
En el lugar donde confluyen y se implican biografía mesiánica y misión universal
del Hijo de Dios se ha situado Mt, planteando y resolviendo de esa forma un tema
que Pablo no había puesto de relieve (pues no sintió la necesidad de narrar el
bios de Jesús) y que Mc sólo había evocado de un modo inicial (su bios carece de
relato de nacimiento y culminación pascual explícita ya que Mc apunta a su
pertenencia como descendiente de David). Sólo Mt (y en perspectiva convergente
Lc) ha ofrecido una visión biográfica y misionera total del misterio de Jesús.
Lógicamente, sus textos han venido a convertirse en esquema de referencia
general para la comprensión del NT.
Las tentaciones sobre su humanidad, Mt 4. En el capítulo 4 de Mateo vemos como
el Satán va contra la humanidad de Jesús, va contra lo de hombre que hay en Él y
le ofrece comida, pan, y la seguridad económica de convertir “piedras en pan”,
lo más básico de cualquier ser humano; luego, la tentación de imponer a Dios el
sostener y cuidar a quién se arroja al “vacío” a tontas y locas sólo para
mostrar que Dios lo va a cuidar, la gran tentación del pensamiento mágico que
impulsa a muchos a “decretar” que esto o aquello se va a producir sólo porque lo
dicen, cómo si pudieran obligar a Dios a hacer lo que quieren y cuando quieren;
y la final lo tienta con poder, poder, riquezas, poderes terrenales. Tentaciones
comunes y permanentes humanas.
En la tentación en el alero del templo vemos a un Diablo que intenta confundir
allí, en lo religioso. Mezclando piedad y magia.
Cierto tipo de religión ha funcionado desde antiguo como interacción con un Dios
externamente providente (que parece cuidar de los suyos) o –mal entendida- como
magia, hechizo (forma de utilizar a Dios, poniéndole al servicio de nuestros
propios intereses). A ese nivel se ha colocado el Diablo que quiere que Jesús se
arriesgue y se lance en el vacío, para forzar así el cuidado por Dios, cambiando
de esa manera por pseudo religión la racionalidad o prudencia humana. Este es un
Diablo que conoce la dura realidad del mundo y pide a sus devotos que se evadan
de ella, que sabe de la piedad religiosa como refugio sacral. Este no se
presenta como Diablo de obras "malas" en sentido moralista (de tentaciones
sexuales o torturas exteriores, de miedos fantásticos o muertes violentas), sino
cómo un seductor de piedades, experto en ilusiones religiosas trocando piedad
por magia.
Frente a la magia del Diablo, que tienta a Dios, buscando la prueba sacral del
milagro, Jesús se presenta como un creyente realista, humano, que acepta de
verdad a Dios y que, precisamente por eso, no pide ni quiere los milagros que,
-conforme a una tradición inmemorial-, se hallaban vinculados a Jerusalén, y la
estructura sagrada de su templo. Es evidente que muchos seguidores de Jesús
esperaron el "milagro" en la ciudad elegida de Jerusalén, un triunfo terrenal,
humano, mundano, conforme a las antiguas profecías: que no le mataran, que
resucitara externamente, con gran fuerza y poder. Pero Jesús, ofreció su mensaje
mesiánico y, en vez de triunfar en lo externo, quedó amenazado de muerte y murió
en la ciudad de las grandes promesas. ¿No era lógico que Dios le liberara? ¿Qué
Dios lo pusiera delante de poderosos ejércitos vencedores? Pero no, Jesús murió
pidiendo ayuda a Dios (cf. 27, 26: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
abandonado?), sin que nadie le librara de la muerte, muere como un humano más,
como un hombre más, pues la "respuesta" pascual se sitúa a otro nivel: no libera
a Jesús de la muerte, sino que le hace Mesías salvador precisamente por la
muerte.
Jesús no se ha tirado por capricho sacral del pináculo de templo, y Dios no le
ha liberado de la "caída", agarrándole en sus manos, sino que le ha dejado
morir, culminando su tarea mesiánica. Por eso, sólo es verdadero Mesías quien
entrega su vida por el reino. En esta línea, la cristología del futuro deberá
oponerse a todas las magias (pseudo-)religiosas.
Debemos estar muy atentos a evitar un cristianismo magizado.
Todo esto te daré... (4, 8-10). El proceso cristológico culmina allí donde el
humano quiere hacerse dueño de todo lo que existe. Del pan (economía) y la
ciudad sagrada (religión) nos encontramos en la montaña idealizada, entendida
como altura desde donde pueden contemplarse y dominarse los reinos de la tierra.
La tentación anterior era menos aparente: el Diablo no actuaba de una forma
abierta, sino que conducía a Jesús hasta el misterio de su filiación, -y de la
filiación de los cristianos como hermanos adoptivos de Jesús-, (¡si eres Hijo de
Dios!: 4, 3. 6), intentando un error de orgullo. Ahora, en cambio, la propuesta
es clara: el Diablo se presenta como dueño de los reinos de este mundo y los
promete a Jesús: ¡todas estas cosas te daré, si es que postrándote me adoras!
En otro contexto, más cercano a la primera tentación, Mt 6, 24 ha contrapuesto a
Dios y a Mamon (el dios Mamon, el capital absolutizado, el dinero como dios),
indicando los caminos del verdadero y falso mesianismo. Pues bien, en este caso,
lo contrario a Dios no es ya el dinero/pan, sino un Diablo que se muestra como
fuente de dominio, de tal forma que exige adoración de sus devotos,
especialmente de aquel que quiere y puede convertirse en Señor de todo el mundo
humano y terrenal. Situada en esta perspectiva, la Cristología del Poder aparece
vinculada al despliegue del Diablo, que se presenta como enemigo (antítesis) de
Dios.
Cristología de la gracia, Hijo de Dios. Al oponerse a la adoración diabólica,
expresada en forma de poder (=imposición) sobre la tierra, Jesús viene a
presentarse como verdadero Hijo de Dios, a quien adora y sirve en libertad, al
entregar su vida para bien de los humanos y no cediendo a los ofrecimientos a su
debilidad de encarnación humana. Culmina así el camino de la cristología,
iniciado ya en las tentaciones anteriores (de pan y templo). Jesús no intenta
dominar el mundo con dinero o milagros, no quiere ser Mesías para conseguir el
poder sobre los humanos, organizando de esa forma el mundo, sino para servirles,
en gesto de liberación gratuita y trascendental.
Al llegar este momento, Jesús tiene que expulsar al Diablo, utilizando las
palabras que más tarde emplea el rechazar al mismo Pedro, que ha querido
separarle del camino de la entrega de la vida: ¡apártate (de mí) Satanás! La
palabra del Tentador (que aquí recibe su nombre semita de Satanás, y no el
griego de Diablo) parece haber penetrado hasta la entraña del proyecto de Jesús,
al lugar al que ha llegado el discípulo más íntimo, que es Pedro (comparar 4, 10
con 16, 23). Jesús se siente herido en lo más íntimo: este es el lugar de la
decisión, la línea, el límite de lo tolerado.
* Mt 4,10: Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al
Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.»
* Mt 16,23 «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!»
Desde ese lugar ha de entenderse el final del evangelio. El Diablo de Mt 4, 8
promete a Jesús todos los reinos de la tierra, con su gloria, ofreciéndole un
camino de triunfo sobre el mundo. Jesús rechaza ese camino, para entregar su
vida en gratuidad, de tal manera que al final puede presentarse ante los
discípulos, en la montaña pascual, como aquel a quien Dios (y no el Diablo) ha
concedido todo poder en el cielo y en la tierra (28, 18)[15], retomando así el
principio de la Escritura, allí donde se afirma: creó Dios el cielo y la tierra
(Gen 1, 1)[16]. La creación aparece ya en su claridad, como obra de Dios: como
intercesores de ella emergen los discípulos de un Jesús a quien vemos como
verdadero Adán o Ser humano culminado, que regala a todos los humanos su camino
mesiánico de fraternidad, centrado en el bautismo en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
La cristología de Mt se formula, desde el centro de la historia: ella resulta
inseparable del despliegue del poder, del señorío del humano sobre el mundo, de
manera que se cumpla la primera y última palabra de la creación (Gen 1, 1).
15 - Mt 2,18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra.
16 - Gn 1,1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.